La temporada de premios, en muchas ocasiones, es engañosa. Puede que haya una película que arrasó con todas las premiaciones antes de llegar a los Oscar, pero en la gran noche del cine, todo puede cambiar. Así pasó este año, los ojos estaban puestos primero, en Emilia Pérez con sus 13 nominaciones (antes de que las controversias estallaran y jugaran en su contra); después quedaron The Brutalist y Cónclave como protagonistas de las predicciones. La primera es un drama histórico (de esos que le encantan a La Academia); la segunda, una recreación del sistema político en El Vaticano, compleja y con actuaciones de primer nivel.

Pero la noche del domingo 2 de marzo, algo interesante ocurrió en los Oscars: contra muchos pronósticos, Anora se convirtió en la máxima ganadora de la noche, llevándose cinco premios de las seis categorías en las que estaba nominada, incluyendo la estatuilla más importante de la premiación: la de Mejor Película.

Era una victoria improbable, su carrera en la temporada de premios no apuntaba a esta sorpresa: No se llevó ningún galardón en los Golden Globes, tampoco en los Critics Choice Awards; solo en los BAFTA se reconoció su trabajo de edición, casting y la actuación de Mikey Madison. Su premio más fuerte había llegado desde su primera presentación en el Festival de Cannes 2024, en donde se llevó la Palma de Oro. En su momento, hubo varios titulares de prensa que destacaban que era una película independiente sobre una trabajadora sexual, incluso la llegaron a comparar –injustamente– con Mujer bonita. Históricamente, el jurado en Cannes suele ser mucho más experimental que La Academia con las historias que premia, y solo tres películas que han ganado la Palma de Oro también se han llevado el reconocimiento de Mejor Película en los Oscar: The Lost Weekend (1945), Marty (1955) y Parasite (2019).

Pero más allá del contexto en el que Anora llegó a los Oscar de 2025, está lo que la película representa. Efectivamente, es una cinta independiente, con una historia original escrita, dirigida y editada por Sean Baker, un director neoyorquino que ha dedicado su carrera al cine indie y a adentrarse en relatos que desestigmaticen el trabajo sexual, lo ha hecho en proyectos previos como Tangerine (2015), The Florida Project y Red Rocket (ambas de 2017).

En Anora, Baker experimentó con el arquetipo de Cenicienta, pero los detalles en su guion y el duro desarrollo de la historia la dotan de una crudeza muy especial que juega con el romance, el drama y una agudísima comedia. Anora (interpretada por Mikey Madison) es una trabajadora sexual que se casa impulsivamente con un joven oligarca ruso. Aunque al principio parece que el cuento de hadas saldrá bien, los padres de su adinerado marido están dispuestos a anular el matrimonio. Quien escuche la sinopsis sin haber visto el filme podría estar de acuerdo con quienes la compararon con Mujer bonita, pero la cinta está llena de momentos en los que aborda lo que significa el trabajo sexual y cómo difícilmente una mujer como su protagonista lograría librar el sistema al que está sometida porque, en la realidad, el cuento de Mujer bonita es inverosímil.

Con información de: Vogue México

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