Perdieron a sus hijos, pero nunca la devoción| Crónica de fe y los Angelitos Custodios de Santa María del Río

Por Gamaliel Vázquez

La madrugada del 23 de abril de 2006, cinco menores de Santa María del Río murieron fulminados por un rayo al encontrarse en la cima del Cerro del Original, haciendo vigilia a la Santa Cruz —que yace clavada en la punta de ese cerro— para proteger a los habitantes del pueblo mágico sanmariense.

Aquella noche, recuerda la señora Salomé Pérez Morales, que su esposo y otros integrantes de varias familias, tuvieron que bajar en brazos los cuerpos de su hijo Josué González, y de los pequeños Alberto Martínez, Karina Lara, Juliana Zalazar y José Martínez, en plena oscuridad, con un clima hostil y una vereda lodosa que dificultaba el descenso de los más de 2.6 kilómetros que mide el emblemático cerro de la Cuna del Rebozo.

Era la primera vez que su pequeño Josué formaba parte de esa liturgia que cada año se celebra en honor a la Santa Cruz, la cual inicia con un novenario la noche del 22 de abril y concluye hasta el 1 de junio, día en que nuevamente se lleva la cruz a la cima.

Recuerda la señora Salomé que justo ese año, el nuevo mayordomo —persona encargada de organizar la vigilia, el novenario y las festividades para ese 2006— pidió que la vigilia a la Santa Cruz fuera en la punta del cerro, para emular la tradición como se hacía originalmente hace 50 años.

La petición no parecía extraña, y la tarea de llegar a la cima no representaba dificultad alguna para los benévolos que, con fe, iniciaban esa festividad arraigada en nuestro país, en conmemoración al descubrimiento de la Santa Cruz en la que Cristo fue crucificado, hecho por la emperatriz Elena, madre de Constantino, en el año 326.

“Era la primera vez en mucho tiempo. Por lo regular bajábamos la cruz y se velaba abajo. Así, toda la fiesta y toda la velación se hacían en la base, pero el mayordomo pidió hacer la velación en la parte de arriba, allá en el cerro”, recuerda la señora Salomé sobre la petición del mayordomo, sin imaginar la tragedia venidera.

Dijo que dio permiso a Josué, de 11 años, y a su otro hijo, de 13, para subir al Cerro del Original y ayudar en las labores que conlleva la vigilia en la cima. “Se fue vestido con un short y solo eso llevaron ellos, para velarla y luego bajarla”, recordando a la vez, que esa noche se prendieron pólvoras y los estallidos de los cohetes iluminaron la oscura noche, detonando la alegría de todos los presentes.

A la conversación se unió la señora Guadalupe Padrón, madre de José, otro de los pequeños fallecidos en el lugar, quien recordó que su hijo tenía una actitud positiva atípica, motivada por la ocasión a celebrarse.

“José Manuel andaba muy contento porque venía para acá con la Crucita, y como todos iban juntos de allá para acá, pues estaba muy feliz. Cuando se vino (a la cima del cerro), llegó así, sin cobija ni nada, como andaba”, recordó con un suspiro.

Precisó que su hijo José, emocionado por la ocasión, subió aquella noche del 22 junto con cerca de cincuenta personas, para estar en la cima del cerro durante la madrugada del 23 de abril para la vigilia de la cruz.

Ambas madres coincidieron en que las condiciones climáticas comenzaron a cambiar de manera repentina, y en un segundo, las nubes alertaron de una lluvia inesperada, mientras los truenos delataban la tormenta eléctrica en ciernes.

Dijeron que la cruz de metal que marcaba el horizonte parecía ser una opción confiable para protegerse de las frías gotas de lluvia que caían del cielo, por lo que algunos de los presentes se acercaron a ella para sentirse protegidos y refugiados de la lluvia.

En un instante, un rayo impactó en la estructura metálica de la cruz, provocando una conductividad de alto voltaje que alcanzó a los menores de entre 10 y 16 años que estaban en las cercanías. Al ver que caían sin vida por la potencia de la descarga, la gente entró en alerta de inmediato para avisar al resto del pueblo de las fatales consecuencias.

Doña Salomé recuerda que, tras la tragedia, la gente comenzó a bajar a toda prisa hasta llegar a la presidencia municipal para pedir ayuda. Incluso, algunos comenzaron a tocar puerta por puerta en cada domicilio para solicitar auxilio para las personas afectadas por la descarga.

“Llegaron ambulancias de varias partes, llegaron bomberos, camiones de bomberos de todos tamaños, pero ¿qué hacían? Fueron las propias personas las que empezaron a bajar los cuerpos”, señala Pérez Morales, mamá de Josué.

Relató que su cuñado, presente en el lugar, fue quien vio cuando el rayo cayó y quien dijo: “No se vio feo ni espantoso, se vieron como los Rayos de la Misericordia”. Recuerda Salomé: “O sea, se vio muy fuerte, pero no espantoso”.

Añadió que Fue una situación inusual, pue “fue algo muy raro, porque en medio de las dos niñas que murieron, había una más; o sea, eran tres, y la que estaba en medio sólo quedó herida, pero ellas dos no. Y de mis hijos, sólo el más pequeño murió; o sea, ya estaban elegidos”, afirmó.

Doña Salomé sugiere que la tragedia podría tener una simbología divina en relación con lo ocurrido, ya que un sacerdote foráneo le comentó que “son cinco letras del nombre de Jesús, y son cinco niños; son cinco misterios del Rosario, y son cinco niños; son cinco llagas, y son cinco niños. Es decir, hay algo que solo el Señor sabe”, compartió.

Minutos después de la tragedia, había gente que no aceptaba las consecuencias del momento, e incluso algunos, en un arrebato de desesperación, se pararon frente a la cruz señalando en protesta que no merecían lo que acababa de ocurrir.

Ya con el paso del tiempo y con la resignación en la mano, en memoria de los fallecidos, se erigió una capilla donde ocurrió el accidente, que hoy lleva el nombre de Los Angelitos Custodios.

“Era muy difícil bajar los cuerpos por ese pequeño camino, más que nada por el lodo. También porque se iba la luz y porque no dejaba de llover”, recordó Pérez Morales, mientras alimentaba con troncos de mezquite una pequeña fogata para iniciar la preparación de la comida del aniversario.

Este 2025, justo en esos días de abril, al cumplirse 19 años del lamentable fallecimiento de Alberto, Josué, Karina, Juliana y José, la gente no olvidó a sus hoy protectores. Subieron nuevamente a la cima del cerro para honrar su memoria con una noche en vela y una misa posterior, que sería oficiada por el párroco de la iglesia sanmariense.

Allá en la cima, a mitad de madrugada, y con la mano sumergida en el agua para limpiar el arroz que acompañaría al mole preparado especialmente para la misa de aniversario, Doña Salomé comentaba que, en cada aniversario, la quema de pólvora para los festejos de la Santa Cruz tiene un significado especial, pues fue lo último que vieron los menores antes de la tragedia aquella noche.

Por eso, año tras año, el cielo se ilumina con fuegos artificiales para conmemorar el momento de gozo y emoción que reflejaron los ojos de cada uno de los niños que fallecieron aquel día.

Mientras transcurrían, Doña Salomé y Doña Guadalupe preparaban los alimentos sagrados que se repartirían después de la misa de las 7 de la mañana. Familiares, amigos y conocidos de los fallecidos lanzaban oraciones y cantos en su memoria, que resonaron durante toda la madrugada hasta la salida de los primeros rayos del sol.

Al terminar la misa, en la cima del cerro, y tras la repartición del pan, se inició nuevamente el descenso de la Santa Cruz, ahora reemplazada por una de madera, para dar continuidad a esta tradición que, hace 19 años, se convirtió en tragedia para las familias que perdieron a sus seres queridos. Pese a las circunstancias difíciles, no abandonaron su fe y continúan con devoción la liturgia, sin olvidar el dolor en sus corazones.

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